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01.  Two Sisters.

CHAPTER I.
TWO SISTERS.

ㅤㅤPara alguien que había habitado el mundo desde hace cientos de años, viendo imperios alzarse de cenizas y reducirse de nuevo en las mismas sobras olvidadas de Dios, la única manera de recordar las cosas buenas era a través de los libros. Rimae, en su infinita experiencia, había aprendido que así era como el pasado le hablaba a los vivos, trayendo consigo las memorias de antaño en letras desgastadas y empañadas.

Sentada junto al fuego, la tela oscura de su vestido resaltaba al tropezar con el reflejo de la luz, atrayendo las luces y consumiéndolas. Sus dedos, delgados y llenos de anillos, jugueteaban con las páginas del grimorio en sus manos.  El aroma a tinta y papel viejo se mezclaba con el dulzón humo del fuego, un aroma que le traía recuerdos agridulces, recuerdos de una vida que ya no existía.

Un suspiro se escapó de sus labios, trayendo consigo el peso de la memoria. Se había acostumbrado a la oscuridad, a los temores que traía la eternidad, pero a veces esto jugaba en su contra, y años de recuerdos se volvían contra ella, viéndose a sí misma de nuevo en aquella época patética de su existencia, cuando no era nada, se veía a sí misma como humana, joven y llena de sueños.

Su marido, el rey original de Styria, la había utilizado como fuente de poder, aprovechándose de su talento para la magia. Lo había servido con lealtad, ignorante de su verdadera naturaleza, hasta que se dio cuenta de que él la estaba utilizando. La había convertido en vampira, atándola a su servicio por la eternidad, un acto cruel que la había despojado de su humanidad. 

La furia, el dolor y la traición se habían apoderado de ella, pero no pudo hacer nada para romper sus cadenas. Se había convertido en un peón en su juego de poder, condenada a una vida de servidumbre a la que no había consentido. 

Parpadeó entonces, escapando de los recuerdos mientras asentía para sí misma. Rimae ya no era la niña inocente que había sido. Había aprendido a sobrevivir, a adaptarse, a usar su poder para su propio beneficio. Había forjado su propia identidad, a pesar del cruel destino que le había tocado vivir antes de surgir. 

"La historia es una maestra implacable", murmuró, volviendo a mirar el grimorio. "Nos enseña que el pasado no es algo que se pueda olvidar, sino algo que debemos recordar para poder avanzar". 

Rimae cerró el libro, guardándolo con cuidado en la repisa junto a otros tantos. Había llegado el momento de volver a la realidad, de lidiar con el presente. Tenía que encontrar la forma, nuevamente, de lidiar con alguien cuyas ambiciones personales rozaban el límite de lo permitido y aceptable. 

Casi sentía naúseas al pensar en sus hermanas. 

Carmilla era la soñadora del grupo, la que aportaba ideas nuevas, a veces brillantes, a veces peligrosas. Su imaginación no tenía límites, y a menudo se perdía en visiones grandiosas que prometían un futuro glorioso para el reino sin calcular los riesgos. La línea entre el idealismo y la locura es fina, y la mente de Carmilla se movía ávidamente en terreno peligroso entre ambos lados de la moneda. Sus visiones, alimentadas por un anhelo de poder absoluto y un desprecio por la humanidad, podían llevarla a actuar con imprudencia, poniendo en riesgo la frágil paz que Rimae había logrado construir con las otras razas. 

Rimae sabía que debía vigilar a Carmilla, que debía mantenerla bajo control, pues su corazón inquieto y su mente soñadora, si no se controlaban, podrían convertirse en un peligro para Styria, un peligro que Rimae no estaba dispuesta a permitir.

Tenía que encontrar la forma de proteger a su reino de la amenaza que era Carmilla, de restaurar el equilibrio en Styria y de asegurar que su pasado nunca se repitiera. Sus ojos brillaban con una nueva determinación, la que solo podía adquirirse después de haber experimentado el sufrimiento, la pérdida y la traición. Rimae no era una víctima. Era una guerrera, un líder, una bruja poderosa que estaba dispuesta a luchar por lo que creía justo, por la seguridad de su reino y por un futuro mejor para todos, incluso para los humanos.

Sin embargo, ¿Cómo podía hacerlo sin sus otras queridas hermanas? 

Morana, la más pragmática de las hermanas, era un contrapunto a la soñadora Carmilla. Su mente analítica y su pragmatismo eran un bálsamo para las ideas impulsivas de la albina. Morana se preocupaba por el bienestar de Styria, por la estabilidad y la eficiencia, y por el equilibrio de la economía. Su enfoque metódico y práctico se extendía a todas las decisiones que tomaban en el consejo, buscando siempre la forma más eficaz y segura para alcanzar sus objetivos. 

Striga, por otro lado, era una guerrera nacida. Su pasión por la lucha, su determinación implacable y su furia contenida la convertían en una amenaza formidable en el campo de batalla. Era la mano derecha de Rimae, la que se encargaba de ejecutar sus planos con precisión y valentía. Su lealtad a Rimae era inquebrantable, y su furia se desataba con fuerza contra cualquier enemigo que se atreviera a amenazar a su reina. 

Lenore, la más joven del grupo, tenía una naturaleza contemplativa. Era una observadora aguda, una estudiosa de la magia y una lectora voraz. A menudo, sus ideas sobre la magia y la política de Styria eran las que llevaban a las hermanas a nuevas y profundas reflexiones. Su perspectiva única y su inteligencia la convertían en una aliada valiosa, aunque a veces sus pensamientos profundos podían resultar un tanto desconcertantes para el resto del grupo rozando la frivolidad.

Rimae, como líder del consejo, no era una guerrera como Striga, ni una soñadora como Carmilla, ni pragmática como Morana. Su fuerza no radicaba en la fuerza bruta, en la imaginación desbordante o en la lógica implacable. Su poder, su verdadero poder, era la estrategia. Rimae era la arquitecta de Styria, la que tejía planos complejos, mapeando el futuro con la precisión de una araña tejiendo su tela. 

Su mente era un laberinto de ideas, un tablero de ajedrez donde cada movimiento, cada decisión, estaba cuidadosamente calculada. Su capacidad para analizar situaciones complejas, para prever las consecuencias de cada acción y para encontrar soluciones creativas, la convertía en una estratega excepcional. 

En el consejo, Rimae no imponía su voluntad por la fuerza, sino por la persuasión y la lógica. Sus palabras, cargadas de sabiduría y previsión, convencían a sus hermanas de la validez de sus planes, incluso a los más improbables. Sabía cuándo era necesario ser firme y cuándo ceder, cuándo era necesario tomar riesgos y cuándo era necesario esperar el momento oportuno. 

Su pasado como bruja la había dotado de una visión única del mundo, una capacidad de conectar los hilos invisibles que movían los destinos. Sus conocimientos sobre la magia, la política y la naturaleza humana la hacían una vampiresa formidable. Rimae no se dejaba llevar por la emoción, sino que se mantenía fría y calculadora. Su corazón, aunque no ausente de sentimientos, se encontraba bajo el control de su mente lógica.

Ella era la líder que Styria necesitaba, la que podía guiar al reino hacia un futuro próspero, sin sucumbir a los impulsos destructivos de Carmilla o a las ambiciones desmesuradas de Striga. Era la voz de la razón, la que podía ver más allá de la guerra y la conquista, visualizando un futuro donde Styria, en lugar de ser un reino temido, se convirtiera en una potencia respetada y poderosa. Entre las hermanas, Rimae era la única que podía construir un futuro donde la paz y la prosperidad fueran posibles, un futuro que, en sus sueños, se extendía mucho más allá de los límites del reino.

Volviendo atrás en el tiempo, Rimae podía recordar el punto de quiebre. 

La habitación, envuelta en la penumbra tenue que solo las velas podían proporcionar, olía a sándalo y a fluidos. Mustafar, el capitán del ejército vampírico, retozaba en su cama carente de cualquier pudor, sus cabellos rubios desparramados alrededor como un halo y manchas de sangre pintándolo como arte. 

Rimae, su cuerpo entrelazado con el del vampiro, sentía el frío de su piel contra la suya, un frío que hacía poco por disminuir la helada tormenta que recorría su mente. 

Mustafar, con la voz ronca de quien ha pasado noches sin dormir, le susurró a Rimae lo que había oído: "Carmilla... estaba hablando con Lenore. La convencía de usar sus habilidades para atraer a los humanos de los pueblos vecinos. Hablaba de sacrificios, de alimentar a nuestra gente... de matarlos a todos."

Las palabras de Mustafar, como una espina clavada en el corazón, le arrancaron a la castaña el placer de la intimidad. En la penumbra, el rostro de Mustafar se iluminó con un brillo enfermizo, su único ojo como un abismo reflejando la mirada de horror que Rimae lanzaba a la oscuridad.

Se apartó entonces de Mustafar, sintiendo el frío de su propia piel contra la sábana de seda.
"No puedo permitir que Carmilla se salga con la suya", dijo con voz firme, aunque un temblor imperceptible se notaba en sus manos. "Es bueno saber que puedo confiar en ti, por favor, retírate."

Mustafar, con el respeto y la lealtad de un verdadero soldado, le aseguró que ya estaba informado del plan de Carmilla, y besó sus labios antes de retirarse todavía desnudo, sin ninguna pena por mostrarse devoto a su reina.

Carmilla, con su naturaleza apasionada, era un imán para la disidencia, y su influencia sobre las demás hermanas era peligrosa.

Rimae necesitaba una forma de aislar a Carmilla, de alejarla de su red de intrigas sin perder el apoyo de las demás. En ese momento, la oportunidad se presentó en forma de una carta de Drácula, el vampiro gobernante. Habían asesinado a su amada esposa, y como todo hombre lastimado, buscaba venganza y prometía que el cielo llovería sangre sobre los humanos hasta lavar sus pecados y desangrar su existencia hasta eliminarlos de la faz de la tierra.

Ni las hermanas, ni ningún otro vampiro sobre la tierra, tenían potestad para negarse al llamado de su señor. Aun así, Rimae sabía que si Drácula eliminase a todos los humanos en su inescrupulosa venganza, esto tendría catastróficas consecuencias tanto como para su reino como para el resto de los vampiros. Styria, con su posición estratégica y su dependencia de los humanos para obtener recursos, se encontraría en la línea de fuego de Drácula, sufriendo la embestida de los ejércitos humanos y un aislamiento que podría llevar a su ruina. 

Para los demás vampiros, la decisión de Drácula significaría su propia extinción. La matanza de los humanos dejaría a los vampiros sin alimento, condenándolos a morir de hambre o a iniciar una guerra fraternal por la supervivencia. Ambas especies estarían en peligro.

Y aunque quizá había vampiros en la nación que seguirían a su señor hasta la muerte sin pestañar, Rimae había luchado demasiado para morir por los desvaríos de alguien que había decidido no solo morir, sino arrastrar a los demás con él en su infierno personal. 

Styria, bajo ninguna circunstancia, respaldaba a Drácula Vlad Țepeș.

Encantar y manipular la corte de Drácula a su favor era una tarea peligrosa, que requería un tacto delicado y una mente retorcida, cualidades que Carmilla poseía en abundancia. Rimae, con la precisión de un cirujano, tejió su plan. 

Presentó a sus hermanas la propuesta de Drácula como una oportunidad para Styria, una forma de ampliar su poderío militar al socavar su autoridad dentro de su propio castillo. Sin embargo, en una reunión privada, reveló a Morana, Lenore y Striga la verdadera naturaleza de la obsesión de Carmilla, cómo sus sueños de grandeza se habían convertido en una peligrosa sed de poder. Con palabras calculadas, Rimae sembró la duda en sus hermanas, insinuando que Carmilla era capaz de traicionar a Styria.

Y, sin dejar que sus sospechas se consolidaran en acusaciones directas, Rimae propuso enviar a Carmilla como la representante de Styria a la corte de Drácula. Con una sonrisa de hielo, Rimae observó como la ambición de Carmilla la atrapaba. La visión de un ejército de muertos vivientes, la promesa de poder absoluto, cautivó a su hermana. Con entusiasmo, Carmilla aceptó la misión de reclutar a un forjador maestro, sin percatarse de que Rimae la había dirigido hacia una trampa mortal.

«Lo siento, querida hermana».

Mientras Carmilla se embarcaba en su peligroso viaje, Rimae se dedicó a contrarrestar la influencia de su hermana sobre los demás. No fue fácil, pero una a una, las piezas cayeron en su lugar y a casi un mes en ausencia la albina, su influencia en la corte había menguado hasta diluirse casi por completo, y las semillas de discordia que había sembrado en el consejo fueron llevadas por el viento.

Asimismo, aunque deseaba eliminar a Carmilla, Rimae no pudo evitar complacerse cuando recibió una carta de la misma informando que Drácula estaba muerto, su corte acabada, y ella regresaba a casa con su forjador maestro. Quizá, después de todo, su hermana si tenía esperanza.













ㅤㅤEl viento entraba en la sala del consejo de Styria, provocando cortinas danzantes sobre las cuatro hermanas vampiras reunidas alrededor de la mesa de oro y cristal. Rimae, con su habitual compostura, observaba a sus hermanas con una expresión preocupada.

"El invierno ha sido implacable este año", comenzó Rimae, su voz suave pero firme. "Las minas de oro se han visto afectadas por las fuertes nevadas y el comercio se ha visto gravemente perjudicado. Los humanos, como siempre, inútiles para lidiar con el frío, han disminuido la producción." 

Striga, la más impulsiva de las hermanas, se impacientó. "Entonces, ¿Qué haremos? ¿Dejaremos que los esclavos mueran?", negando, elevó su copa para beber sangre. "Los humanos son débiles, incapaces de soportar las condiciones de las profundidades. No sorprende que se hayan debilitado aún más con este clima."

"No es tan simple, cariño", intervino Morana, sonriendo con cariño. "El oro es la sangre de Styria. Necesitamos mantener la producción, pero ¿Cómo podemos depender de humanos? Son una molestia estos días."

"Debemos encontrar una solución, aunque sea por mera conveniencia. La producción de oro es vital para nuestro poder, pero es un hecho que los humanos son más útiles vivos que muertos", Lenore, con su característica calma, observó a las demás.

Rimae frunció el ceño. "Se ha discutido sobre enviar vampiros a las minas. Serían más resistentes al frío y podrían garantizar la efectividad de los esclavos, pero no estoy segura de que sea una solución viable."

"No hay nada que les haga trabajar más que el miedo. Si no tienen miedo, se vuelven flojos", Striga se encogió de hombros. "Es la naturaleza de los humanos." 

Morana frunció el ceño. "No podemos depender únicamente del miedo. Los humanos son criaturas de deseos. Si les damos un incentivo, podrían trabajar mejor. Tal vez... un poco de comida extra. Una promesa de un futuro más brillante. Aquellos que se esfuercen más podrían recibir un regalo de nuestra parte. Eso les daría un incentivo real." 

"Es una idea interesante. Pero debemos asegurarnos de mantener el control", Lenore asintió. "No podemos dejar que se vuelvan demasiado poderosos. Solo un plato de comida, lo suficiente para motivarlos, no lo suficiente para que puedan armar revueltas." 

Rimae, complacida con lo conversado asintió. "Podríamos enviar algunos magos también a las minas. Su magia podría mejorar la salud de los esclavos, protegerlos del frío y aumentar la productividad. Unos cuantos hechizos y los esclavos trabajarían con más eficiencia." Rimae pensó un momento. "Una combinación de ambos sería lo ideal. Los vampiros podrían mejorar la seguridad, mientras que los magos se encargarían de la salud de los esclavos."

"Es un plan", dijo Morana, con una sonrisa. "Y de esa manera, mantendremos nuestras riquezas y a nuestros esclavos, aunque sea a través de métodos más... persuasivos."

Las hermanas se miraron, una mezcla de satisfacción y de preocupación en sus ojos. La crisis del invierno había obligado a Styria a tomar medidas drásticas para asegurar su poder. Enviar vampiros y magos a las minas era una solución que podía traer resultados positivos, pero también podría desencadenar una ola de resistencia entre los esclavos. El equilibrio entre la necesidad de oro y la necesidad de mantener a los esclavos con vida era delicado, y cada decisión podía tener consecuencias impredecibles.

Después de todo, estaban atravesando días duros como nación vampírica y solidificarse como un reino consagrado las haría tomar mucha ventaja entre el caos que se había alzado en Europa ante la pérdida de Drácula.

Lenore se levantó con su copa en la mano. "Dejando a un lado la discusión sobre las recompensas, debo ir a supervisar el arreglo del cuarto del forjador. Rimae, espero que te guste lo que he hecho." 

"No tengo dudas de tu buen gusto, hermana", aceptó  Rimae con una sonrisa. "Espero que no te hayas excedido con los lujos, tengo entendido que los humanos de Drácula no se impresionan fácilmente." 

Lenore se sonrojó ligeramente. "No te preocupes. Solo he añadido unos detalles que creo que le gustarán. Y con un poco de suerte, lo haré sentir como en casa."

Un guardia entró apresuradamente a la sala, interrumpiendo la conversación. "Señoras, tengo noticias de la región de reconocimiento. Carmilla se acerca a Styria con el ejército... y un invitado." 

Rimae se enderezó, su mirada brillando con interés. "Un invitado, dices... ¿Y en qué condiciones se encuentra?" 

El guardia se encogió de hombros. "No está bien. Muy débil. Aparentemente sufrió una tortura. Necesita atención médica."

Rimae cerró los ojos con fuerza y tiró la copa al piso, rompiendo el cristal en pedazos y haciendo que las piedras preciosas incrustadas en la misma rodaran por el piso. "Se lo advertí. Le dije que el forjador debía ser tratado como un aliado, es mi invitado", Con un suspiro, Rimae miró a sus hermanas. "Parece que Carmilla está decidida a obstaculizar mis planes para su diversión".

Striga se puso de pie. "Debemos prepararnos. La llegada de Carmilla siempre es un evento delicado. Debemos asegurarnos de que todo esté en orden para recibirla y a sus huestes."

Morana se unió a sus hermanas, una sonrisa tensa en sus labios. "Y debemos asegurarnos de que ese invitado, el forjador maestro que Rimae pidió traer en perfectas condiciones, no haya sufrido daños irreparables."

Las cuatro hermanas de Styria se miraron, un brillo de expectativa y desprecio en sus ojos. La llegada de Carmilla significaba problemas. Y este evento en particular prometía ser un desafío único.

Las hermanas recorrieron los suntuosos pasajes del castillo, adornados con tapices de seda y esculturas de mármol que brillaban bajo la luz de las antorchas. La opulencia que las rodeaba contrastaba con la creciente inquietud que se apoderaba de sus corazones. Al salir al patio, sus ojos se posaron en Carmilla, quien las esperaba con una sonrisa orgullosa.

Un ejército de hombres estaba a su lado, pero no eran las hordas imponentes que esperaban. Las filas se habían reducido considerablemente, los soldados parecían cansados ​​y abatidos, pero no se veían torturados. Lo que llamó la atención de las hermanas fue una figura encadenada en el centro del patio: el maestro forjador, su rostro pálido y desfigurado por una cicatriz que le cruzaba la mejilla, su mano derecha envuelta en vendas empapadas de sangre. 

Las hermanas se quedaron petrificadas, el silencio se apoderó del patio. La imagen del hombre, antes un aliado que debía ser confiable y un maestro de su arte, ahora reducido a un esclavo, les heló la sangre.

"Carmilla...", dijo Striga, su voz apenas un susurro, llena de horror. "¿Qué... qué le has hecho a él?" 

Carmilla se encogió de hombros, un gesto que a Rimae le pareció despreciable. 

"Era necesario que comprendiera la gravedad de su situación, hermana. Y a veces, para forjar un acero de calidad, es necesario aplicar un poco de presión", bromeó.

Un fuego de indignación se encendió en el pecho de Rimae. "¿Presión? ¡Esto no es forjar, Carmilla! ¡Es torturador! ¡Necesitamos que esté vivo para crear el ejército que nos protegerá! Tú... Acabaste con la mitad del ejército con el que se te envió ¿Pretendes dejarnos sin protección?", La voz de Rimae vibró de furia, una furia que se extendía como una ola entre sus hermanas.

"Rimae, tu sentimentalismo no tiene lugar en este juego", dijo Carmilla con una voz gélida. "Hector es importante, supongo, pero debe entender que su libertad depende de su lealtad absoluta". 

Hector, captó Rimae.

Su nombre era Hector.

Y Hector estaba destrozado. 

El maestro forjador, era una sombra de su antiguo yo. Su rostro, antes marcado por la concentración y la pasión por su oficio, estaba ahora desfigurado por una cicatriz que le cruzaba la mejilla, como una marca de la crueldad que había sufrido. Sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, estaban hundidos y apagados, como si la esperanza se hubiera esfumado de ellos. Su cuerpo, que solía robusto y fuerte, estaba demacrado, sus huesos sobresalían bajo una piel tirante y morena. Sus manos, las que habían dado vida a obras maestras traídas del otro lado, estaban magulladas y ensangrentadas, las vendas que las cubrían apenas contenían el dolor que emanaba de ellas. Sus pies, encadenados, estaban hinchados y llenos de llagas, recordando la tortura que había soportado. Cada movimiento que hacía, cada respiración que emitía, era un testimonio de la crueldad que había experimentado.

"¡Su lealtad ya la tenías, por eso está aquí! ¿Esta es la forma en que lo recompensas?", replicó Rimae, su cuerpo temblaba de ira. "¡Necesitamos a Hector sano y salvo, Carmilla! ¡Las criaturas que crea son leales solo a él, y su talento es vital para nuestro éxito!". La discusión subió de tono, cada palabra resonaba en el patio. 

El silencio de las otras hermanas se rompía solo por el ruido de sus propias respiraciones, atrapadas en el torbellino de emociones que les invadía. 

"Rimae, no permitiré que una simple emoción afecte mis decisiones", dijo Carmilla, sus ojos fríos y penetrantes. "Hector es solo una pieza en el tablero, una pieza que debemos manipular para asegurar nuestra victoria".

"¡Eres tú la que no entiende! ¡La fuerza reside en la unión, en el respeto, en la lealtad! ¡No en la crueldad y el miedo!", exclamó Rimae, su voz resonando como un trueno. "¡Si no cambias tu comportamiento, no te serviré, y pido que los demás tampoco lo hagan! ¡Te exijo que se le brinde atención médica a Hector, que se le libere de las cadenas y que se le trate con dignidad! ¡Si no lo haces, exijo que seas encerrada en el ala este, donde no puedas dañar a nadie!". Las palabras de Rimae cayeron como un rayo en el silencio que siguió. Las otras hermanas la miraron con incredulidad. 

Nadie se había atrevido a desafiar a Carmilla de esa manera.

Carmilla la miró con una mezcla de furia y sorpresa. "¿Has perdido la cabeza, hermana? ¿Encierro? ¿Tú a mí? No permitiré que me humilles así. Soy una reina". 

"Y esta es mi tierra, Carmilla. El poder reside en la justicia y la inteligencia de saber que batallas no puedes ganar", dijo Rimae, enfrentándose a su mirada con una determinación inquebrantable. "Y hasta que aprendas a ejercerlo con dignidad, serás un peligro para todos nosotros". La tensión se palpaba en el aire, como un relámpago a punto de descargarse. 

Las hermanas se enfrentaban en una batalla de palabras, la batalla por el alma del futuro que se avecinaba.

La furia de Carmilla se encendió como un incendio forestal. Los ojos, antes fríos y calculadores, se volvieron rojos, reflejando la rabia que la consumía. Un gruñido gutural escapó de sus labios, y se abalanzó sobre Rimae, con la intención de silenciarla de una vez por todas, sus garras afiladas como cuchillos brillando a la luz de las antorchas. Pero antes de que sus manos pudieran alcanzarla, Rimae se desvaneció en una nube de niebla. Carmilla, sorprendida, la siguió con las manos extendidas, tratando de atraparla, pero la niebla la envolvió por completo. 

Los movimientos de Rimae, sin embargo, eran fluidos, casi danzarines, en contraste con la agresividad salvaje de Carmilla. Su ataque fue preciso, una estocada con sus afiladas garras, dirigida al cuello de Carmilla.

Un momento después, Carmilla cayó al suelo, desmayada, su cuerpo inerte y sin energía. Mustafar, siempre leal a Rimae, se acercó a Carmilla y la levantó sin esfuerzo. 

"Lleven a la reina al ala este", ordenó, dirigiéndose a los guardias que se mantenían firmes, sin atreverse a moverse. "Encierren la puerta y asegúrense de que nadie la moleste." 

Los guardias, obedeciendo al instante, llevaron a la reina Carmilla al ala este, mientras Mustafar, con una sonrisa de satisfacción, se dirigía a Hector, quien se encontraba aún encadenado y aterrado, mirando con temor la escena. 

Rimae, con una voz suave y cálida, dijo: "Gracias, hermanos", a los guardias, quienes se inclinaban ante ella, con un respeto que no estaba reservado a ningún otro. Luego, se arrodilló frente a Héctor, quien retrocedió con miedo al ver su mirada llena de una intensidad inusual. Los ojos violeta de Rimae brillaban con una luz sobrenatural, y sus colmillos, ligeramente sobresalientes, le daban un aspecto salvaje. 

"No temas", dijo Rimae con una voz suave que contrastaba con su aspecto. "Soy Rimae." 

Hector, aún paralizado por el miedo, solo pudo observar cómo la niebla que envolvía a Rimae se disipaba lentamente, revelando un rostro hermoso y tranquilo, pero que aún conservaba esa mirada intensa y poderosa que había mostrado antes. 

"Bienvenido a Styria, Hector", dijo Rimae, su voz suave y cálida, pero con un tono inquebrantable de autoridad. "Tu talento es vital para nuestro futuro." 

Hector, aún aturdido por el encuentro, solo pudo asentir, sin poder hablar.
"Lo sé", dijo Rimae, leyendo sus pensamientos. "No hay necesidad de palabras. Aquí, bajo mi protección, tu talento será reconocido." 

Hector, con la mirada fija en la vampiresa, sintió como un torbellino de emociones lo invadía. El miedo, la incertidumbre, la esperanza, la incredulidad... todos ellos se mezclaban en un torbellino caótico en su interior. Por un momento, se aferró a la débil llama de la esperanza, creyendo que finalmente alguien lo liberaría de la oscuridad que lo había aprisionado. Pero la fatiga, la tortura, el dolor acumulado durante tanto tiempo, se apoderaron de él. Su cuerpo, debilitado y a punto de sucumbir, no pudo soportar la tensión del momento. Un mareo repentino lo envolvió, y el mundo se puso a girar. 

Un último pensamiento, «Libertad», atravesó su mente antes de que la oscuridad lo engullera por completo. Hector se desmayó, su cuerpo inerte cayendo hacia el suelo. 

Rimae, con un gesto de infinita compasión, la recogió antes de que golpeara el suelo, dejándolo reposar suavemente en sus brazos. Su mirada, antes intensa y llena de poder, se suavizó, reflejando una profunda tristeza. 

"Descansa, Hector", susurró, observando mientras una lágrima, transparente como el cristal, rodaba por su mejilla sucia hasta convertirse en hielo.






























AUTOR's NOTE:
 Holi, ni siquiera se pq actualice esta historia de la nada pero me senté después de tiempo y me dije "quiero escribir" y sentí que Hector era quien más me llamaba actualmente, pero honestamente siento que este es un cap súper largo para lo que suelo escribir y espero les guste mucho. <33 

 Pensé, que quería que tardaran más en encontrarse, pero me di cuenta que desarrollar un súper drama político quizá no sea mi mayor fuerte JADKFK. Pero lo intentaré, porque siento que Rimae como reina y Styria tienen mucho que contar además de amor para darle a Hector. Espero que les guste y no olviden votar y comentar!!! <3

...FROM, TINA.
🦇💜🗡️

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